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sábado, 19 de junio de 2010

REALISMO MAGICO



El realismo mágico es un género metalingüístico y literario de mediados del siglo XX. El término fue inicialmente usado por un crítico de arte, el alemán Franz Roh, para describir una pintura que demostraba una realidad alterada, término que llegó a nuestra lengua con la traducción en 1925 del libro Realismo mágico (Revista de Occidente, 1925) pero más tarde, en 1947, fue introducido a la literatura hispanoamericana por Arturo Úslar Pietri en su ensayo El cuento venezolano [1] . Señala Úslar: Lo que vino a predominar en el cuento y a marcar su huella de una manera perdurable fue la consideración del hombre como misterio en medio de datos realistas. Una adivinación poética o una negación poética de la realidad. Lo que a falta de otra palabra podrá llamarse un realismo mágico [2] .

El crítico venezolano Víctor Bravo señala que la noción de Realismo Mágico nació casi de manera simultánea junto a la de Real maravilloso: "La formulación inicial de una y otra noción -como referencia a un modo de producción literaria latinoamericana- se hace casi de manera simultánea. En 1947, Arturo Úslar Pietri introduce el término "realismo mágico" para referirse a la cuentística venezolana; en 1949 Alejo Carpentier habla de "lo real maravilloso" para introducir la novela El reino de este mundo".


Como referente literario previo al uso del término realismo mágico por parte de Úslar Pietri debe citarse a Massimo Bontempelli quien, en 1919, "conquista gran popularidad al publicar sus novelas del ciclo la 'Vida intensa', iniciándose en una literatura –según nota de Nino Frank en el 'Dictionaire des Auteurs', de Laffont-Bompiani– que sacrifica la corriente convencional de la época, a la manera de Anatole France, convirtiéndose en una especie de apóstol de lo que se conoció como “realismo mágico”"

Se considera que es la novela Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, la iniciadora de esta corriente literaria.

Entre sus principales exponentes están el guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el colombiano Gabriel García Márquez, ambos galardonados con el Premio Nobel de Literatura, aunque muchos aclaman como padres del realismo mágico a Juan Rulfo con Pedro Paramo, Arturo Uslar Pietri con su cuento La lluvia (1935), José de la Cuadra, Pablo Neruda y otros. Jorge Luis Borges también ha sido relacionado al realismo mágico pero su negación absoluta del realismo como género o una posibilidad literaria lo pone contra este movimiento. Laura Esquivel de México con Como agua para chocolate y Alejo Carpentier, de Cuba, en su prólogo al Reino de este mundo, define su escritura inventando el concepto de real maravilloso, que a pesar de sus semejanzas con el realismo mágico de Gabriel García Márquez, no se tiene que asimilar con él. El realismo mágico se desarrolló muy fuertemente en las décadas del '60 y '70, producto de las discrepancias entre dos visiones que convivían en Hispanoamérica en ese momento: la cultura de la tecnología y la cultura de la superstición. Además surgió como modo de reaccionar mediante la palabra a los regímenes dictatoriales de la época. Sin embargo, existen textos de este tipo desde la década de 1930, de la mano de las obras de José de la Cuadra, en sus nouvelles como La Tigra, y que también sería desarrollado en profundidad por Demetrio Aguilera malta (Don Goyo, La Isla Virgen).

El realismo mágico se define como la preocupación estilística y el interés de mostrar lo irreal o extraño como algo cotidiano y común. No es una expresión literaria mágica, su finalidad no es la de suscitar emociones sino más bien expresarlas y es, sobre todas las cosas, una actitud frente a la realidad. Una de las obras más representativas de este estilo es Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.

El realismo mágico comparte ciertas características con el realismo épico, como la pretensión de dar verosimilitud interna a lo fantástico e irreal, a diferencia de la actitud nihilista asumida originalmente por las vanguardias como el surrealismo.

Una vez Gabriel García Márquez dijo: “Mi problema más importante era destruir la línea de demarcación que separa lo que parece real de lo que parece fantástico. Porque en el mundo que trataba de evocar, esa barrera no existía. Pero necesitaba un tono inocente, que por su prestigio volviera verosímiles las cosas que menos lo parecían, y que lo hiciera sin perturbar la unidad del relato. También el lenguaje era una dificultad de fondo, pues la verdad no parece verdad simplemente porque lo sea, sino por la forma en que se diga.”

El lector como coautor, reescritor

Nos encontramos entonces con el primer posible problema de la tesis planteada anteriormente y es el del lector como coautor, como reescritor del texto literario. Se ha pensado siempre que leer literatura puede ser tomado como un pasatiempo, en la medida en que permite descanzar la mente, no implica un esfuerzo grande, es "un don del espiritu y no un fruto del pensamiento, del estudio" como solia considerar Descartes comparando el discurso literario con el filosofico; pero, donde queda entonces el papel del lector? Tan solo decodifica el mensaje?. Es importante saber que leer no es como ver television: el lector tiene la tarea de colaborar y participar con atencion en el proceso literario, y esta participacion se resume en el hecho de reescribir el texto, ofrecerle un significado propio.

Con base en lo anterior, es significativo que el lector tenga consciencia del proceso de comunicación que lleva a cabo con el escritor. El lector no es aquel que se acerca a la obra como si fuera un enigma y, entonces, junta partes, hace coyunturas, descubre y comprende finalmente lo que el escritor quiso decir, y es alli donde se siente iluminado: siente que entendio el texto, que logro que el autor se levantara de su tumba y le susurrara al oidoese mensaje, la solucion de ese acertijo. "Leer no es recibir, consumir, adquirir. Leer es trabajar" (ZULETA: 192), y ese trabajar entendido no como hacer un esfuerzo sobrenatural por encontrar la voz del artista y saber lo que se proponia con la obra, sino hacer equipo con él, ser su "complice"[3] y participar activimante en ese proceso de comunicación, en el cual se acerca a un texto como un aventurero, ansioso por descubrir cosas nuevas, incluso diferentes a las que otros lectores del mismo texto pudieron percibir, porque las obras literarias permanecen siempre abiertas, poseen infinidad de interpretaciones y todas dependen directamente de la experiencia lectora de cada individuo.

A este respecto encontramos también, que el lector como reescritor, necesita de una competencia lectora que le permita llevar a cabo procesos complejos de analisis, sintesis, y sobretodo de interpretacion, para asi poder producir significado. Cuando un lector se dispone a adentrarse en el mundo de una historiade ficcion, debe tener la voluntad de digerir esos signos por los que traviesa y no "pasarselos enteros". Esta caracteristica del lector Nietzsche ya la habia denominado como "lector rumiante": aquel que no esta interesado en terminar rapido el texto, aquel que mastica lentamente el contenido, que no se apresura, que disfruta de esa experiencia; quien, a pesar de su apetito voraz, sabe que es mejor deleitarse con ese buen momento que la obra literaria le comparte.

Considerando pues todo lo anterior, descubrimos que un lector de literatura no debe ser pasivo, debe recrear el texto y reescribirlo a partir de su propia experiencia lectora, de sus propios intereses. Tiene que actuar en el proceso de recepcion, que de la comunicación con el escrito resulta: debe saber que si bien es receptor, no debe permanecer a la espera. El también debe trabajar, decodificar, interpretar; pero también, debe ser capaz de perderse dentro del texto y es alli donde yace la siguiente caracteristica de un buen lector de literatura.

EL GENERO FANTASTICO

El género fantástico es, quizá, el más antiguo de todos (si aceptamos como pertenecientes a él tempranas fantasías como La Odisea o Las mil y una noches). El género fantástico, por definición, se ocupa de lo maravilloso, lo increíble, aquello que no existe o no puede existir; y es aquí donde aparece la primera polémica, ya que estas características, con leves matices, también se pueden aplicar a los otros dos géneros. La solución a este debate es distinguir entre "lo fantástico" (etiqueta que los abarca a todos, en tanto que manifestación de hechos imposibles o que no encuentran correspondencia en la realidad), y el género fantástico, denominación de una porción de la literatura (y del cine, y de otros tipos de arte) que se ocupa de estos hechos pero excluyendo de entre ellos los que exhiban una marcada naturaleza terrorífica, preternatural (que dan lugar al género de terror), o científica, especulativa (que hacen lo propio con la ciencia-ficción). Esta distinción, de todas formas, es artificial (como cualquiera que se aplique a un campo tan unitario como éste), y se establece únicamente con fines operativos. En la práctica, y a pesar de estas delimitaciones y sus consiguientes restricciones, el género fantástico es el más libre de todos, el que más permite a un artista expresar su subjetividad, su personalidad creadora, y, por tanto (pero siempre hablando con precaución y en términos relativos) el más "literario". También es el menos estereotipado, el que menos se ajusta a fòrmulas (al menos històricamente; en tiempos más recientes, el éxito comercial del subgénero denominado "fantasía heroica" ha motivado que se repitan sus esquemas hasta la saciedad); lo fantástico, por definición, puede abarcar todo lo inexistente (con las limitaciones ya señaladas), lo que supone una fuente inagotable de argumentos para los creadores, cuyo único equipaje al aventurarse por tan infinitos y desconocidos parajes es su sensibilidad. Por cierto que esto dota al género fantástico de una gama de objetivos e intenciones mucho máás amplia que las de los otros dos géneros, más encaminados a producir efectos concretos; el fantástico, mientras, puede formularse desde propósitos morales y aleccionadores (importante función que ha desarrollado a lo largo de la historia), hasta meramente estéticos, encaminados a conseguir la Belleza, de una forma casi pictórica; pasando por otros esencialmente educativos, destinados a estimular la sensibilidad y la imaginación del niño y a configurar su relación con el mundo. En este último punto encontramos otra de las diferencias fundamentales entre el fantástico y los otros dos géneros; y es que, si bien todos ellos están orientados prioritariamente a un público más bien joven -o al menos encuentran su mayor nivel de aceptación en éste- el fantástico es, con diferencia, el más indicado y el más utilizado en literatura infantil (si bien el reciente boom de la literatura de terror para niños relativiza esta afirmación; mientras las editoriales se frotan las manos, algunos padres y educadores se llevan éstas a la cabeza). En resumen, el género fantástico es el más libre, el que mejor permite al artista dar rienda suelta a toda su creatividad, el más íntimo y poético; no en vano está delicadamente hilado con la materia de la que nacen los sueños.

Obra literaria

Obra literaria

Por obra literaria se conoce una creación artística donde existe un narrador que (en primera o en tercera persona, generalmente, aunque también ha habido pocos casos de narrador en segunda persona) emite mensajes con la intención de comunicar y producir goce estético. Al estudiar la obra literaria, encontramos en su estructura interna que hay siempre dos elementos imprescindibles: Forma, se llama "forma" a las palabras y giros sintácticos con que se expresa el "fondo"Se llama "fondo" a los sentimientos, pensamientos, ideas, etc, que hay en una obra, podiendo estar escrita en prosa y verso indistintamente.

Realismo literario


El Realismo literario es una corriente inventada por el escritor y contertulio francés Jules Champfleury (1821-1889), quien por primera vez definió su arte como ‘realista’. El realismo literario se halla inscrito de un movimiento más amplio que afecta también a las artes plásticas, al cine (Neorrealismo), a la fotografía (que surge con él en el siglo XIX), y a la filosofía de la ciencia (Karl Popper y Mario Bunge). Las obras realistas pretenden testimoniar documentalmente la sociedad de la época y los ambientes más cercanos al escritor, en oposición a la estética del Romanticismo, que se complacía en ambientaciones exóticas y personajes poco corrientes y extravagantes. La estética del Realismo, fascinada por los avances de la ciencia, intenta hacer de la literatura un documento que nos pueda servir de testimonio sobre la sociedad de su época, a la manera de la recién nacida fotografía. Por ello describe todo lo cotidiano y típico y prefiere los personajes vulgares y corrientes, de los que toma buena nota a través de cuadernos de observación, a los personajes extravagantes o insólitos típicos del anterior Romanticismo. Esta estética propugna a su vez una ética, una moral fundamentada en la moderación y síntesis de cualquier contradicción, la objetividad y el materialismo.

En cuanto a los procedimientos literarios del Realismo, son característicos el abuso de la descripción detallada y prolija, enumeraciones y sustantivos concretos; el uso del párrafo largo y complejo provisto de abundante subordinación, la reproducción casi magnetofónica del habla popular, tal cual se pronunciaba y sin corrección alguna que pretenda idealizarla, y el uso de un estilo poco caracterizado, un lenguaje "invisible" que exprese personajes, hechos y situaciones objetivamente sin llamar la atención sobre el escritor.

Al igual que el Romanticismo, el Realismo tuvo dos corrientes, una conservadora, que alababa las viejas costumbres populares (José María de Pereda, Juan Valera, Gustave Flaubert) y otra progresista, caracterizada por la denuncia social (Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas «Clarín»).
Características
Los rasgos fundamentales del Realismo son los siguientes:

Procura mostrar en las obras una reproducción fiel y exacta de la realidad.
Hace un uso minucioso de la descripción, para mostrar perfiles exactos de los temas, personajes, situaciones e incluso lugares; lo cotidiano y no lo exótico es el tema central, exponiendo problemas políticos, humanos y sociales.
Rechaza el sentimentalismo, muestra al hombre objetivamente pues da toques de una realidad dura.
El lenguaje utilizado en las obras es coloquial y crítico, ya que expresa el habla común y corriente.
Así como rechaza lo sentimental, de igual forma lo espiritual, dando como resultados toques individualistas.
Las obras muestran una relación mediata entre las personas y su entorno económico y social, del cual son exponente; la historia muestra a los personajes como testimonio de una época, una clase social, un oficio, etc.
Temas relacionados con los problemas de la existencia humana.
El autor analiza, reproduce y denuncia los males que aquejan a su sociedad.
Transmitir ideas de la forma más verídica y objetiva posible.
En pocas palabras el realismo pretende reflejar la verdad tal y como es.